domingo, 26 de julio de 2009

LA NOCHE DEL INCENDIO

A Adelina Flores se le quemaron las manitos el día que todo el pueblo desapareció por culpa del fuego. Ese fue el último incendio, el de mil novecientos treinta y nueve. Cuentan –quienes lograron verla- que ella estaba sacando agua del lago y cuando aparecieron las llamas y logró sacar sus manos ya las traía quemaditas y negritas como el mismísimo petróleo. Desde ese día Adelina no habló más. Lo que le quedó de vida lo dedicó sólo a la contemplación de sus manitos chamuscadas.

Era una de esas noches secas de julio en las cuales sólo se escuchaba a lo lejos la bullaranga que venía del bar de la caraqueña. Yo hacía rato que tenía que haberme acostado, pero no quise, preferí quedarme afuera en la mecedora escuchando el ruido de los balancines y pensando. Me gustaba sentarme ahí y ver las estrellas mientras papá y mamá dormían. Pero esa noche no habían estrellas.

Usted no me cree pero lo que le cuento es verdad. Yo estaba ahí sentado y ya casi que me quedaba dormido cuando de repente escuché los gritos, me levanté sobresaltado, y lo primerito que vi fue como las llamas salían del lago para acabar con todo y también con las manos de Adelita. Usted tenía que haberla visto, movía las manos de arriba abajo y los ojos le daban vueltas como a una endemoniada, pegaba gritos y llamaba a su mamá; pero ese día nadie se acordó de nadie y cuando sus padres pudieron llegar a socorrerla ya tenía las manos secas y podridas.

Que qué más pasó en ese momento, fíjese que casi no me acuerdo, creo que fue por el golpe que me di en la cabeza con una de las tablas que sostenían el techo del palafito. Pero lo que sí le puedo decir es que yo escuchaba muchos gritos y veía a la gente corriendo de un lado a otro. Casi no tenían por donde salir porque todo eso era puritico lago y el lago era el que estaba quemándolo todo. Sí, como usted me dijo, era un lago de fuego, ardía y olía a infierno.

Desde ese día todos se fueron para el otro lado, allá donde dice usted que están construyendo una ciudad y está llegando gente que viene de donde hay guerra y hambre. Yo preferí quedarme aquí. Hasta la niña Adelita se fue con sus papás. Cuando el jefe del distrito la vio –dicen- se quedó asombrado de cómo le quedaron las manitas y le prometió que si se iba para el otro lado se las iban a poner nuevas. Esto se quedó solo. Al otro día después del incendio se convirtió en una ruina perdida, fue como si por una maldición se nos borrara de la existencia de los hombres; y ahora viene usted a pedirme que le cuente todas estas cosas que nada más recordarlas me ponen la piel fría.

Dicen, que todo esto pasó por culpa de la misma gente que era muy descuidada y viciosa, pero yo le digo que eso es mentira. Esa gente que llegó de afuera -los italianos y los gringos- y están construyendo la otra ciudad, fue la verdadera culpable de que todo esto se convirtiera en nada. El gobierno les cedió el espacio para que explotaran todo el petróleo y luego repartirse las ganancias. No me mire así, sino me cree, entonces váyase y no me pregunte más. Ellos fueron quienes trajeron el fuego e inventaron los vicios para destruirnos y volvernos pura sombra.

Aquí se murió mucha gente, fíjese que tuvieron que pasar muchos días para que la pudrición se fuera. A mucho de los muerticos los tiraron a ese lago maldito para que se los llevara la corriente; por eso yo no me voy para el otro lado, y todas las noches pienso en que estará haciendo Adelina en esa maldita ciudad, donde sé que la gente está más sola que la misma muerte.

Jacinto que vive del otro lado y a veces viene por aquí es el que me dice cómo están las cosas por allá, pero nunca me dice nada de Adelita. Una sola vez y eso fue hace ya como quince años, me dijo que aquel hombre que le prometió ponerle las manos nuevas nunca se las puso, y que ella y sus padres tuvieron que esperar mucho hasta que llegó un nuevo jefe de distrito, y como que se le apiado el corazón y se las mandó a poner allá en la capital.

Jacinto me dice que él no ha visto más a Adelina y que lo poco que sabe lo sabe porque se lo cuentan otros más allegados a los Flores. Él fue el que me contó que Adelita ya no había hablado más, y que sólo contemplaba sus manos con la mirada extraviada. Lo que sé de ella lo sé por mis sueños.

La otra noche yo dormitaba un rato en el chinchorro. Era unas de esas noches espesa de noviembre y había un frío vidrioso que me cortaba la piel. Como otras muchas noches soñé con Adelina, siempre lo hago, o ella misma por pura manía de la soledad se me viene al sueño y me conversa de sus cosas. Nosotros nos conocimos en la escuelita de los curas, pero a ninguno de los dos nos gustaba eso de los estudios y entonces nos hicimos amigos. Fue entonces cuando comenzamos a pescar guasarapos en las orillas del lago y a compartir nuestra comida. Las horas y los días se nos iban en una sola corredera por los palafitos. Por eso cuando pasó lo que pasó yo me quedé muy triste y no me quise ir con nadie. Muchos dijeron que se me pasaría y buscaría camino para ese otro lado donde había progreso y trabajo para todo el mundo. Pero no fue así, así como dice usted, me quedé revolviéndole la madre a los hijos de puta del gobierno, ellos creían que todo el mundo se iba a comer el cuento ese de la lamparita y de la puta caraqueña. Aquí la cosa fue peor. Pero a la gente de este pueblo le gusta que la engañen, por eso fue que se fueron.

Ahora usted quiere saber qué es lo que Adelita me cuenta en sueños. Aquella noche de la cual le hablaba, ella se apareció y me dijo que estaba triste, que ya tenía sus manitos nuevas pero que casi ya ni le importaba eso. Me dice que no puede dormir y por eso es que viene a verme y a conversar. Dice que por allá todo es como un espejismo, algo que muy pronto será borrado igual que fuimos borrados nosotros. Eso es un pueblo sin paz, me dice. El calor es terrible y las noches afligen al corazón más duro. Por eso es que no habla, y la gente del pueblo la llama la loca Adelina mano quemá.

Yo a Adelita la quise mucho y no le voy a negar que todavía la quiero. Yo no me fui para allá por ella. No puedo imaginármela en ese otro lado tan oscuro. Siempre la he querido aquí y no es que yo sea un cazador de recuerdos, lo que pasa es que uno se acostumbra a lo suyo y yo prefiero estarme en esta ruina pensándola que viéndola tan triste y sola. Ella me dice que un día volverá, pero yo no sé. Aquí Adelita era feliz y siempre sonreía. No crea que fue fácil ver como de repente todo aquel maldito fuego le quemaba las manos y yo no pude hacer nada porque la tabla esa se me vino encima de repente. Eso no me lo he perdonado nunca, pero ella me dijo un día que no importaba y que era mejor así, porque después a mí también se me hubiesen quemado las manos.

Esa noche que se apareció y me dijo eso, estaba casi transparente y yo la confundía con la niebla. Ese día creo que estaba más triste que nunca y no pude tocar sus manos como siempre lo hacía. Me dijo que se quería volver para acá y que en ese momento que me hablaba estaba en el negocio de sus padres sentada en el mismo rinconcito de siempre mirando sus manos. Que allá era de día y por eso no le gustaba. Ella prefería toda la noche de este sueño en el cual recuperaba tantas cosas. Yo nada más la escuchaba como siempre, pero cuando me levantaba de nuevo me agazapaba la tristeza porque esperaba encontrármela aquí conmigo y caía en cuenta que todo era un juego de la memoria.

Yo no creo que vuelva, esto por aquí es muy solo. Nada más viene gente como usted a preguntar como fue el incendio y yo termino diciéndoles que soy un cobarde, que lo de la tabla en la cabeza fue mentira y que cuando vi a Adelita gritando porque se les quemaban las manos, me quedé ahí parado llorando de miedo y sin poder hacer nada. Entiéndame, yo sólo era un niño y los niños no podemos jugar con fuego.

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