domingo, 19 de julio de 2009

De la terrible y hasta hoy no conocida historia de cómo fue que conocí a Eduardo Liendo.

A Nílibe, La detective salvaje…

Llevo ya dos años dándole vueltas al asunto y creo que ha llegado el momento de escribirlo. Un día por equivocación, en la ciudad de Mérida, compré un libro de Eduardo Liendo titulado “El cocodrilo rojo y Mascarada” pensando que el autor era Gustavo Díaz Solís. Ahora no recuerdo cómo fue que me confundí, pero lo que sí recuerdo bien, fue que en ese entonces yo andaba en una de shorts pero muy shorts histories, y todo autor en esa onda me interesaba y más aún si era nacional.

La confusión nació una mañana en la universidad, cuando un compañero me leyó un texto acerca de Liendo el cual debía entregar para una cátedra. En el texto, el compañero discurría desde lo más profundo de su ser, con un tono desde lo aristotélico hasta el discurso más blanchoniano que podamos imaginar. La cuestión era que yo tenía sueño y sus palabras me eran complicadas e ininteligibles, lo único que acerté a escuchar fue la cita del texto –la cual para el momento, pensé, era sólo una parte importantísima, porque me pareció tan enrevesada como el mismo, o creo también haber pensado que mi amigo se había inventado un autor y por ende el cuento- que decía de la siguiente manera: “Se acostumbró tanto a su cuello torcido que reencarnó en una flor de barranco”. En ese momento me despabilé y le pregunté sin titubear, qué diablos era esa cita y él me respondió que no era una cita sino un cuento del autor. De inmediato le pregunté el nombre y me dijo que era Eduardo Liendo.

La misma mañana comencé a preguntar por el autor y todos me decían una cosa y otra. Andaba perdido porque unos me decían: Sí, ese es el autor de El mosaiquito verde y hasta ahí llegaban. Y al que le preguntaba por el autor de El mosaiquito verde en busca de más información y le leía el texto de Liendo, me decía que estaba equivocado que ese no era Liendo, sino Gustavo Díaz Solís.

Liendo se convirtió entonces en un escritor espectral, anónimo, hasta llegué a pensar que era uno de esos autores que a nadie en la Escuela de Letras le gusta compartir por celos intelectuales, o mejor dicho pseudo-intelectuales, y le di una categoría de autor peligroso poseedor de un secreto milenario. Razones: texto de su autoría que los lectores atribuyen a otro autor, y para colmo tampoco el texto resulta ser de el autor a quien se le atribuye.

Ya en Mérida, específicamente en la Facultad de Humanidades de la Universidad de los Andes, me encontraba hojeando libros en una expo venta de Monte Ávila Editores (Se me acaba de ocurrir una idea: ¿por qué no decir también ojeando, sin en realidad también es esa una de las acciones realizadas frente a un estante con muy poco dinero y ganas de arrebatarnos con los ejemplares, y olvidarnos del pasaje de vuelta y la cena que hay que compartir con la novia de turno) y de la nada ubico un libro del espectral Eduardo Liendo. De inmediato miro a mi acompañante de turno, y ella camarada al fin para ese entonces, entendió mi mensaje, casi súplica y accedió a recortar nuestro presupuesto de viaje por dicho libro. Lo tomé en mis manos como se toma un libro ansiado desde hace mucho tiempo, claro, en el momento no delaté mi interés, por eso de que ante un librero, uno tiene que ser casi un lector de La culpa es de la Vaca, del pollo, del tiranosaurio rex, y de todo aquél a quien se pueda culpar que no sea uno, y poner una cara como de qué nombre más raro ¡El sonido y la Furia! Ese segurito le sirve a Pedro, ya sabes cómo le encanta tener el carro bien lleno de cornetas y todos esos aparatos, para no darle chance al mercantilista de la literatura, de aumentar el ejemplar al doble.

No entiendo todavía por qué para ese entonces llegué a tener la sensación de haber comprado el libro de Gustavo Díaz Solís, juro que lo sentí en verdad – ¿A usted le ha pasado alguna vez?- fue muy raro, y no me atreví a compartir mi duda ni con mi acompañante, y en el peor de los casos juré no abrir el libro hasta llegar al hotel o a mi casa en Ciudad Ojeda. Ese día no lo abrí.
Ya en casa después de casi dos semanas de haber llegado del viaje decido develar el misterio y voy en busca del libro. No sé cuál de los dos estaba más expectante y receloso. Lo tomé y como es costumbre para mí, siempre comienzo a leer un libro de poemas o de cuentos al azar, y desde donde comience marco el inicio. La duda fue despejada, tal vez por designio de los dioses, porque al abrir el libro mis ojos leyeron sin más remedio: “Se acostumbró tanto a su cuello torcido que reencarnó en una flor de barranco”.

Ciudad Ojeda 24-04-08

1 comentario:

  1. Pepper, ¿esto qué es?, ¿una anécdota, ficción, una crónica? Sí, ya sé que todo eso junto pero cada cual en lo suyo...

    No hubo escapatoria posible, ¿ah?

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