domingo, 19 de julio de 2009

Los solos

“Una extraña sensación de soledad…”
Sentimiento Muerto


Ella lo había visto varias veces en el trabajo y el hecho de que no mantuviera la misma disciplina de los demás compañeros le había llamado la atención. Por su parte, él ni se imaginaba que ella existía. Una vida rutinaria lo había llevado a restarle importancia a todo lo que le rodeaba.
Aquella mañana se tropezaron en la oficina del jefe. Cada uno por su parte venía con una montaña de papeles y no podían verse los rostros. Pero ella, atenta como siempre, reconoció el vago olor de su perfume.

-Pase usted primero –dijo ella-, total, no tengo mucho apuro, son unos pocos apenas.
-Si hago caso a los modales y buenas costumbres, se supone que tendría que darle paso a usted –dijo él-, así que pase.
-En realidad no hay problema, vaya y entre –dijo ella.
-Bueno ya que insiste –dijo él. Y entró dando tumbos a la oficina del jefe.

Recostada en el sillón de la sala de espera pensaba en su voz. Nunca lo había escuchado hablar y hasta se tomó la ligereza de no pensarlo mas como “el huraño”, como solían llamarle en la oficina a sus espalda. No sabía por qué, pero en aquel instante se encontró recordando el primer día que lo vio llegar a la oficina. Según los rumores venía por un traslado o por cualquier otra cosa. -Ya puede entrar. Muchas gracias –dijo él despabilándola de un solo golpe y ella sintió una especie de estremecimiento en la boca del estómago.
-Ah… Gracias… -le dijo con un leve rubor en las mejillas como quien es encontrado en algo comprometedor- y sin cruzar más palabras entró a la oficina.

Todas las tardes, después de salir de la oficina camino a su habitación, hacía una corta parada en el bar “La puerta”. Allí, en el rincón más apartado de la barra, tomaba unas cervezas y se daba a la tarea de reconstruir, no sabía si por pura costumbre o por no tener más nada que hacer, los acontecimientos del día. Le gustaba el olor a madera mojada de aquel sitio y las fotos de mujeres que evocaban los años sesenta.

-¿Cómo estuvo el día? – le preguntó Lázaro, el cantinero, quien hasta ahora era el único con quien se tomaba la libertad de conversar algunas confidencias.
-Nada extraordinario Lázaro –dijo-, todo como siempre en su mismo ritmo. Y tú, qué tal el día.
-Bueno ya sabes cómo son las cosas en este lugar, pero no me aflijo, algún día venderé y me marcharé bien lejos –le respondió Lázaro.
-¿Sigues con los planes de vender? –le dijo él- Yo siendo tú no lo haría, ¿o acaso este lugar no significa nada para ti?
-Pues ya no, desde la muerte de Sebastián, muy pocas cosas significan algo –le dijo Lázaro.
-Si tú lo dices –le dijo. Y sin pensarlo sacó la billetera y canceló la cuenta que siempre Lázaro se resistía a cobrarle.

“Después de la muerte de Sebastián” pensaba mientras iba camino a la pensión. No sabía por qué razón las personas le comenzaban a restar importancia a la vida luego de la muerte de algún ser querido. Para él era más doloroso perder a alguien y que este alguien siguiera vivo haciendo su vida sin uno. La sensación de sentirse excluido, borrado e insignificante, sí que era para él una razón valedera. Por eso también se había marchado. En ese momento se volteó y se dirigió al bar de nuevo. Al llegar, entró y le dijo a Lázaro, desde la puerta:
-Lázaro creo que lo te falta es resignación. Y Lázaro desde la barra, con un cigarrillo en los labios le sonrío y dio la espalda.

Ella siempre había tenido la manía de prepararse una tortilla de huevos con jamón y panes tostados para cenar, pero esa noche prefirió algo ligero, no tenía mucha hambre. En cambio, tenía una necesidad extraña de revisar las fotos del álbum familiar. Se sentó en el mueble y con un yogurt en las manos, comenzó a pasar lentamente los pliegos deteniéndose de vez en cuando en una de las fotos más significativas. Entre esas, estaba una en la que aparecía disfrazada de diosa hindú, la cual le gustaba mucho por la forma en la que estaba maquillada a sus siete años. Verse ahora los ojos delineados de rímel a esa temprana edad, le hacía recordar la primera vez que lloró por un amor. “No hay nada más desolador en el rostro de una mujer que un rímel corrido” pensaba ella con la cucharilla entre los labios. En ese instante sintió que tan cruel podía ser un rímel corrido en los ojos de una niña, pero trató de olvidarlo, no era muy dada a vivir evocando nostalgias, aunque de manera fortuita siempre se le aparecían en el momento menos oportuno. Sería por eso que de la nada comenzó a pensar en el muchacho da la oficina y se decía que era un tipo raro, que sólo hasta hoy, después de dos meses, escuchó su voz y pudo entablar unas palabras de lo más comunes con él. Había algo en él que le intrigaba, pero no de manera maliciosa. En ese momento pensó en lo que podría estar haciendo él en una noche como esa.

Dado a los recuerdos, que era lo único propio que le venía quedando desde hacía tiempo, se tiró en la cama y encendió un cigarrillo. La amarga sensación del tabaco le ayudaba a ocultarse lo solo que estaba. Pensaba en Mario y en Luisa, ellos con su vida formidable y su último viaje a la cordillera, el niño, la casa, todos esos ritos de los cuales él renegaba y huía, pero que ahora, con una vida simple y monótona anhelaba. Entonces Mariel se apareció entre todos esos hilos que la memoria teje para encontrarnos en un laberinto donde todo se confunde. La vio sentada aquella mañana en el pasillo de la facultad, la evoco en aquella noche del primer abrazo, la sintió cerca muy cerca, como sobrevolando el cuarto, la noche en que desapareció para siempre. Y sí, era así, todo tan complicado y vacío como un mal sueño del cual se quiere escapar rápidamente. Sería por eso que sin darse cuenta, reconstruía anécdotas diarias para escapar de los fantasmas, entre esas, la más especial de esa noche: un diálogo en la oficina con una mujer y un perfume olor a chocolate. Fue entonces cuando por fin pudo conciliar el sueño.

1 comentario:

  1. ¡Muy bien!

    Me gusta cómo el paralelismo que traza la narración entre los personajes está también en la estructura del cuento. Es lo que los lleva a esa «extraña sensación de soledad».

    Saludos.

    ResponderEliminar